Organizado por La Asociación Latinoamericana del Acero, el '9° Concurso Alacero' convoca a estudiantes de las facultades y escuelas de arquitectura de América Latina con el objetivo de abordar el estudio del acero y favorecer el conocimiento y comprensión del material como elemento arquitectónico y estructural. El objetivo de la edición 2016, es mejorar la calidad de vida de la población mediante la construcción de un equipamiento cultural digno en zonas carentes de infraestructura, a modo de enfocar la atención en la revitalización de los barrios y el ordenamiento de la ciudad.
El jurado otorgó una mención especial -en la etapa local en Argentina- a los estudiantes de arquitectura Gadiel Ulanovsky, Ignacio Ceres y Emmanuel Leggeri de la Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño de la Universidad Nacional de Rosario. Revisa el proyecto a continuación.
Descripción por los autores. Uno de los pocos suelos urbanizables que quedan en Rosario -al norte y en el límite con Granadero Baigorria, al lado del puente que cruza el Paraná hacia Victoria-, fue objeto de concurso para la realización del Parque de la Cabecera en el 2007, que nunca se construyó. El segundo premio de ese concurso, anteproyecto de Diego Arraigada y Juan Manuel Rois, asumía el ingreso a la pampa desde el río con dos bosques de eucaliptos dentro de los cuales se articulaba el paquete de actividades urbanas. El parque se intercalaba con una gran superficie de suelo productivo, en directa relación con el funcionamiento de una escuela agrotécnica.
En la otra punta de la ciudad, conformando el frente portuario-industrial de Rosario al sur, en las localidades de Alvear y Pueblo Esther, están asentados algunos de los más importantes astilleros de la región. Un poco más al norte del Puente Rosario-Victoria, incluso, aparecen algunos más, en la zona de Puerto San Martín. Allí se construyen las barcazas que luego serán cargadas de contenedores y remolcadas a través del Paraná hacia puntos mercantiles en distintas partes del mundo.
Desde que la ciudad de Rosario surge a principios del siglo XIX como posta estratégica del tráfico de contrabando, por su posición fundamental en el camino Real con respecto al Río Paraná, la cultura rosarina está inevitablemente enlazada con el agua. Y, sin embargo, son contados los momentos en los que los rosarinos pueden acceder directamente al Paraná.
Las preguntas preliminares que nos planteamos tienen que ver con estas lecturas iniciales, en un momento en el que todavía pensábamos en proyectar un edificio en tierra firme, y difícilmente tengan una única respuesta. ¿Qué es un centro cultural para el hombre del siglo XXI? ¿Cómo se construye en Rosario? ¿Es eficiente la forma en la que se urbanizan las ciudades latinoamericanas? ¿De qué forma concebimos los espacios locales en la era de la globalización? ¿Existe una arquitectura móvil?
No podemos dejar de mencionar las experiencias de los primeros vanguardistas del siglo XX, en su relación tan estrecha con la máquina. El mismo Le Corbusier, en 1929, asumió en su L’asile Flottant la idea de que un complejo habitacional pudiera funcionar dentro de un barco. La re-interpretación de la dicotomía hombre-máquina en otros cortes temporales ha sabido encaminarse hacia utopías de los más diversos desarrollos, que van desde las ciudades caminantes de Archigram hasta los módulos flotantes de habitación de los metabolistas japoneses. Ahora, en la contemporaneidad, ¿cuál es el legado que nos ha dejado la modernidad? Anne Lacaton responde en una entrevista para el diario El País, de Madrid: “Los ideales modernos eran ambiciosos, pero humildes. Exigían esfuerzo al arquitecto y al usuario, pero ofrecían mejoras para todos. El problema llegó cuando se mantuvo la forma (desnuda) y se eliminaron las aportaciones (los espacios abiertos). La codicia convirtió las viviendas en oportunidad de lucro para los constructores. Y eso empeoró las propias viviendas. Debemos recuperar esa ambición de mejora. [...] Lo que ya existe es un recurso que es irresponsable y soberbio despreciar. Como arquitectos creemos en la suma, en la integración, en las capas. Nunca demoler, siempre añadir.”
Tomamos de base el parque cultivable de Arraigada y Rois como recurso, y encontramos un muelle al final de una escalinata, elementos que resuelven las características geográficas preexistentes. Invertimos el horizonte. Usamos el acero como más se usa en Rosario, y construimos una barcaza, nueva capa de integración. Las lógicas de ingeniería naval son las mismas que aprovechamos para la composición espacial y funcional de un centro cultural. Nos preguntamos si una nave puede resolver el programa, o si quizás necesita funcionar con un muelle complementario. El muelle se complejiza, se sintetiza, hasta que finalmente se funde en el proyecto, al momento en el que decidimos que un centro cultural en un barco debe funcionar de forma autónoma: ningún lugar debería tener que dotarse de infraestructura para poder recibirlo. Así, como nosotros la entendemos, el fin de esta arquitectura móvil latinoamericana es el de siempre mezclar a la gente. Lo regional encontrará nuevas formas de enlazarse. Y el imaginario urbano de la metrópolis global tendrá puntos de anclaje a una identidad local en plena interacción.
La barcaza se fabrica en Pueblo Esther. El remolque la lleva hasta el muelle en el Parque de la Cabecera, y la amarramos, por ahora. Mañana el remolque la vendrá a buscar, y la llevará a la costa del Parque de España. Quizás la semana que viene veamos un recital en su cubierta desde el Monumento a la Bandera. La cultura de Rosario habrá vuelto al agua. Y el suelo se seguirá urbanizando. Y difícilmente podamos volver a imaginar un centro cultural de escala metropolitana concebido intrínsecamente en acero que no esté flotando sobre el Río Paraná.
*Anne Lacaton por Anatxu Zabalbeascoa - “El fin de la arquitectura debería ser siempre mezclar a la gente”. DIario El País (06/08/2014)